RUTA 1 / DÍA 3
En Cataviña, el hotel nos impresionó tanto por lo inesperado, que se decidió hacer unas entrevistas sobre las sensaciones y parecer después de un día de gran intensidad.
Ahí dormimos, en una zona a la cual se llega a través de una magnífica carretera rodeada de desierto, ese desierto que sobrecoge el alma y que pocos conocen a fondo, el desierto de las plantas xerofitas y cactus fabulosos, el desierto de los cielos contrastados y las arenas milenarias. Jamás esperamos encontrar un hotel que ofreciera todo, incluso alberca y comodidades, que agradecimos después del duro transcurrir entre el sol, el calor y la tierra. Un verdadero oasis, con la magnífica coincidencia, de que ahí mismo había quien vendía en bidones a pie de carretera; gasolina. “La infraestructura aquí, no es tan buena, pero el ingenio lo compensa todo”.
En el hotel, encontramos algunos motociclistas, estadounidenses, que recorren este desierto por off road o todoterreno (Baja California se considera como la cuna de este deporte motor desde 1955), conociendo los secretos y disfrutando de todo lo que nuestra tierra ofrece. Extenuados, irreconocibles por el polvo, pero felices por la acción y la experiencia, nos contaron casi hasta el contagio, lo increíble de su aventura y no había en ellos o su actitud, ninguna reserva o miedo a algún posible peligro distinto a los inherentes a la actividad de hacer enduro.
Alrededor de Cataviña, está lleno de grandes piedras, similares a las de río, redondas, de miles de tamaños y formas, que al acomodarse, parecieran una visión prehistórica; se antoja escalarlas, hacerlas rodar, o simplemente admirarlas con sus sombras, sus acomodos caprichosos y los espacios cubiertos por arena, plantas, o el azul del cielo.
La carretera es una delgada herida abierta en la inmensidad de este mar de piedras, grandes, magníficas; hay que recorrer una gran distancia para poder admirar y disfrutar de todo lo que la Baja California ofrece; enfilamos al sur, pasamos por amplias zonas que dan la sensación de interminable libertad. El paisaje cambia, en unos momentos es diferente. Así llegamos a la zona de los grandes cactus, esos llamados cirios, gigantes espinosos que se erigen como dedos señalando al cielo, y bajo cuya sombra infinidad de pequeños seres forman un hábitat, mucho más benigno y prolífico de lo que uno esperaría de un desierto.
Las motos funcionan muy bien al nivel del mar, responden en forma directa, rápida, la concentración puede ser total, los paisajes impiden que haya cansancio, aun después de varias horas. Cada metro, cada curva es un universo completamente distinto al anterior; se halla poca gente en la carretera, algunos camiones, pick-ups, las famosas pick-ups del norte, vehículos de trabajo, de todos tipos, tamaños y estilos, que son, por mucho, más vendidos en estas latitudes.
Nuestra camioneta cumple su cometido, le facilita al equipo trasladarse, acomodarse y organizar todo lo que se requiere para esta difícil actividad de documentar un viaje, una odisea que quiere retratar todas las cosas que esta tierra, este desierto tiene que ofrecer y enseñarle al mundo.