RUTA 1 / DÍA 6
Después de una muy fría noche, dentro de las cabañas, unas cobijas muy gruesas y pesadas de lana nos permitieron descansar y dormir como en casa. Qué diferente fue sacar la nariz al ambiente de la cabaña, hubiera sido increíble una chimenea o algo semejante. Nos dieron de desayunar, además de que nos permitieron dejar bajo su resguardo las motos y el equipo que no cupiera en las maletas de las motos, y así, partimos a buscar a los guías, quienes con mulas y burros esperaban para emprender la travesía hasta el fondo de las cañadas, en los cañones de Santa Teresa, San Pablo, San Gregorio y El Parral; ahí, desde hace 10,800 años hay vestigios de algún antecesor, quien decidió documentar su vida e historia a través de pinturas rupestres, que nos demuestran que había comercio, intercambio y relación de estas montañas con la costa; en las paredes se divisan venados, águilas y demás animales terrestres, pero también ballenas, tortugas, peces. Desde luego, hay figuras humanas, de ambos sexos, enigmáticas y vigorosas. Las pinturas rupestres y petrograbados se conservan admirablemente.
Petrograbados: También existen múltiples y variadas muestras de grabados en rocas que se encuentran dispersos en los alrededores de algunos arroyos, cañones y cuevas
Seleccionar la mula que montaríamos para bajar un precipicio durante horas, no fue tarea fácil, no depende del color, el tamaño o la complexión, es importante hacer algún tipo de vínculo, de entendimiento y de suerte.
Cada quien se acercó al animal que mejor le parecía, y a la postre todo ese orden animal aleatorio, se deshizo, ya que los guías, hombres hechos a las inclemencias del entorno, nos dijeron quién iría montado en cuál mula; la silla de montar tuvo algo que ver, el largo de las piernas y la comodidad se volvió una variable que permitió que el más alto de nosotros montará la más vieja de las mulas, casi arrastrando los pies durante todo el trayecto. Otra de las cosas que por absurdas nos dieron pie para bromas, historias y risas, eran los nombres de estos nobles, fuertes y magníficos animales, baste decir que a la mía la llamaba durante todo el trayecto “Perro”, a lo que llena de dignidad y actitud respondió, llegando siempre en los primeros lugares, llevándome en todo momento con tal seguridad y aplomo sobre los desfiladeros, que denotaba una gran confianza en sí misma, confianza que al principio no compartí, pero que al paso del tiempo llegue incluso a disfrutar.
Eran tres guías los que iban con nosotros y uno más con los burros. Estos llevan la carga de los utensilios necesarios para el campamento y demás enseres. Ahí abajo, no hay nada, se debe llevar la comida, la bebida, y absolutamente todo lo demás.
Las personas que conocimos ahí, son gente orgullosa de su entorno, al cual cuidan sabedores de que de él viven y si lo preservan vivirán mejor. Después de algunas horas del vaivén de las mulas, vistas espectaculares, profundas, distantes, llenas de luz, contraste, cactus y tierra, bajamos miles de metros llegando al lecho seco de un río, que ha arrastrado y rodado durante siglos piedras que, más por la habilidad e instinto de las mulas que por el acomodo de las piedras, pudimos recorrer durante algún tiempo, el resto del recorrido se hace a pie, escalando un poco y llegando a una cueva cuya visión periférica emociona y llena. Los cambios de clima, de temperatura y de flora son impresionantes, aquí abajo, hay palmeras, es un clima semitropical, en contraste con el desierto helado de arriba.
Las pinturas son impactantes, el entorno grandioso. Después del rodaje, las entrevistas, la tarea documental, las preguntas y la admiración, preparamos el campamento. Fue algo fácil, únicamente pasaríamos una noche, otra llena de estrellas, con fogata para hablar y compartir. Llevábamos varias tiendas de campaña, Squash, la más hábil para instalarlas, nos ayudó a armarlas rápidamente; los guías ahuyentaron en la noche a las mulas y burros que caminaban en el campamento. Fría noche pero buen descanso.