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LAS MARAVILLAS CULTURALES

RUTA 1 / DÍA 8

RUTA 1 / DÍA 08

Para llegar a Kuyima se bordea un rato, el mar, el terreno es plano y la visión es muy distante, el mar calmado, una bahía profunda, que cicatriza en la península.

El camino, como todos los que le gustan al jaguar (Paco), es offroad de arena, lo que exige que se ponga mucha atención, no hay distracciones, la vegetación es más bien de arbustos bajos y contrasta con el cielo azul.

Nos dirigíamos a Yukima, un hotel ecológico, de cabañas montadas sobre palafitos, donde, durante años, han realizado excursiones de avistamiento de ballenas y otras actividades de contacto con la naturaleza.

Fue creado por un grupo de ex pescadores, que vieron potencial en esta actividad y han demostrado no haberse equivocado.

Cuando estábamos a unos metros de la llegada, cruzaron la carretera un par de coyotes, grises, casi plateados, animales que se caracterizan por su gran capacidad de supervivencia y desarrollo en cualquier tipo de ecosistema sin importar la adversidad.

En el lugar nos recibió un oceanógrafo, quien funge como director o gerente del complejo, muy amablemente nos indicó que podíamos utilizar las cabañas que quisiéramos, ya que la temporada de avistamiento de ballenas, había empezado hacía unos pocos días y, por ello, el lugar estaba prácticamente a nuestra disposición.

Tomamos posiciones: cada quien seleccionó su cabaña, se nos informó cómo funcionaban los baños, ya que se trata de cabañas independientes, que obviamente siguen todos los lineamientos ecológicos y conservacionistas. Las regaderas son unos cuartos aislados, en los que cada quien entra con una cubeta de agua, previamente calentada por energía solar, y el jabón debe ser neutro.

Está muy bien pensado, para que no sólo sea muy funcional, sino que todo resulte además bonito, fácil y práctico. Cerca de la entrada al terreno, está el comedor y salón de usos múltiples, que tiene adosada la cocina, el bar y el despacho.

Es en este salón, en el que se desayuna, come y cena, el menú es sencillo, pero definitivamente muy bueno: se toman la molestia de conocer las preferencias o problemas de los huéspedes, por lo que si alguien requiere tener un menú especial, no solamente lo saben, se esmeran en satisfacer hasta el último requerimiento. Es esta una prueba más de que ser ecológico y respetuoso con la naturaleza, no implica un sacrificio, ni que necesariamente se pase un mal rato.

Carlos, el gerente, nos dio mucha información de la zona, información que únicamente los lugareños conocen, y que para una expedición es importante, relacionada con horarios, climas, fauna, flora, etc.

En algún momento nos presentó a su esposa e hija: un trabajo alejado de todo, requiere de la familia y además su esposa, es la chef del hotel.

Me llamó la atención la cocina, muy sencilla, pero muy completa, donde se realizaban procesos impecables, todo en su lugar, todo limpio (hasta tapabocas) y funcionando; el personal es de alto nivel, como todo en Yukima: atento, dispuesto y eficiente.

Un día, durante la comida, Carlos se convirtió en cómplice de Yves, quien creyó que nos asustaría si Carlos nos negaba la posibilidad de avistar ballenas, al decirnos que el permiso estaba incompleto. Fue un momento difícil, pero lo había sido toda la preparación del viaje, enfrentando autoridades que más parecen de las huestes de Tamerlán y enemigas de la nación. Así que Paco ni siquiera se inmutó, y yo simplemente solicité el documento para encontrar el párrafo que nos diera pie para aferrarnos y conseguir lo que habíamos ido a buscar. Rieron a nuestra costa, no fue demasiado, ni divertido ni sorpresivo, pero nos indicó que Carlos, a pesar de su robusta y amenazadora humanidad, era un sensible cómplice.

Cerca de Kuyima, está una salina que funciona en forma totalmente diferente a la tecnificada y sofisticada Salina de Guerrero Negro; ésta es natural, una depresión plana, a unos kilómetros del mar, que tiene filtraciones de agua marina, la cual se retira y queda un lago cubierto de sal, que más parece una visión de la luna o algún planeta fantasmagórico. Fuimos en la camioneta, jugamos y aprendimos en este ambiente, en el que lo mismo nos daban ganas de aventar bolas de nieve, que nos asaltaba la idea de encontrar fósiles preservados durante millones de años en sal.

Realizamos algunas de las mejores fotos del viaje y aprendimos una vez más que la naturaleza es siempre pródiga con los lugareños, quienes gozan del privilegio y la concesión para aprovechar este recurso, comercializándola como sal gourmet.

El regreso al hotel fue difícil, de hecho nos perdimos en una llanura plana, sin puntos de referencia, cubierta por una bóveda llena de estrellas y rematada por el mar.

Finalmente, llegamos al hotel y disfrutamos de una gran velada. Qué gran talento de guitarrista y cantante demostró Carlos: conocía todas las canciones de nuestra juventud, nos hizo recordarlas y disfrutar junto a los demás miembros de su banda, entre ellas su esposa, la chef, quien tocaba infinidad de instrumentos que acompañaban a la guitarra.

No lo dejamos irse a dormir cuando quería y seguramente debía, lo retuvimos solicitando complacencias y caprichos, cantamos y reímos.

Al volver a las cabañas, obviamente sin luz eléctrica, descubrimos que la marea había subido lo suficiente para cubrir unos 40 metros de playa, acercando el mar a unos cuantos metros de nuestras cabañas y en nuestro caso, también de nuestras motos, las cuales no había posibilidad de proteger de la brisa marina, esa brisa mágica, que con el tiempo, destruye absolutamente todo.

Las cabañas están construidas con hojas de triplay, esto quiere decir en forma por demás sencilla y rudimentaria, pero los resultados son buenísimos. Las camas individuales son cómodas y los sacos de dormir que tienen funcionaban perfectamente. Dormimos y descansamos, si no en un hotel de cinco estrellas, sí en una noche de millones de astros.